Publicado el 15/05/2012 por Vicente J. Martínez
Un ejemplo… si uno se hace una brecha en el brazo… duele. Atendemos a este dolor y protegemos la herida de golpes, de suciedades, la desinfectamos cada cierto tiempo, etc. y el cuerpo va haciendo lo suyo hasta llegar a sanar y cicatrizar. También ocurre que en situaciones extremas, con lesiones y daños importantes y donde la supervivencia está en juego, inhibimos la percepción del dolor en pro de una respuesta más adaptativa, y conforme la situación se va haciendo más favorable el dolor se va haciendo mucho mas presente, y es entonces cuando atendemos la herida y podemos sanar, un ejemplo podría ser los heridos de bala en guerra.
Tanto si se percibe el dolor como si no, hay autorregulación. En el primer caso se atiende y nos curamos y en el segundo primero nos salvamos y luego se atiende y sanamos. Trabajando de carpintero cuando estudiaba Psicología, me corté con un disco de sierra las yemas del dedo índice, corazón y anular… sentí muchísimo hormigueo en toda la mano y antebrazo y estuve sangrando mucho, realmente sentí el dolor llegando al Hospital. El dolor está ligado a la supervivencia, nos avisa de que algo está dañado, algo hay que reparar y atender. Pues bien… lo mismo ocurre para los dolores del alma, para mí que se trata de la misma autorregulación, de la misma sabiduría. El caso es que puede que las condiciones nunca se den, y la herida se enquiste en nosotros y marquen nuestro destino. Y esto también es autorregulación.

Los dolores del alma
Enfoquemos ahora el asunto para los dolores del alma… por ejemplo, un bebé puede llorar demandando el contacto físico de la madre. Si éste no llega seguirá llorando con más y más fuerza, incluso con rabia. Si la necesidad de contacto sigue sin satisfacerse lo más fácil es que el bebé se desenergetice por el esfuerzo empleado, lo que muchas veces es entendido como que al bebé ya se le pasó el genio… en fin... Mientras tanto la vida va en ese contacto y para nada exagero. Os recomiendo un documental titulado “Las Habitaciones de la Muerte” trata de un orfanato chino, es extremo, terrible, muy crudo, aún lo recuerdo con escalofríos… en él los bebés reciben alimento físico, de hecho no les falta, sin embargo son tantos… que el personal no los pueden atender a todos en esas otras necesidades y muchos mueren… mientras tanto recurren a “mecanismos” o “estrategias” corporales para protegerse de esta terrible angustia, el organismo se autorregula.
El proceso terapéutico
Cada uno nos protegemos de manera más o menos parecida, o más o menos diferente de la angustia existencial o de un dolor profundo. En la línea de lo anteriormente dicho, igual que el dolor por las heridas corporales no es percibido hasta que las condiciones sean más óptimas, las heridas emocionales tampoco, y esto ocurre en el encuadre terapéutico, donde la autorregulación se manifestaría hacia la sanación y no hacia el enquistamiento de la herida. En el proceso terapéutico con un paciente, éste comentaba que se recordaba de pequeño diciéndose “esta semana no lloro”… acudía a terapia por episodios de ansiedad, cuando pudo encarar sus heridas y llorar el dolor, la ansiedad fue disminuyendo. Se dio el encuadre y las condiciones para poder atender las heridas, expresarlas… y la otra cara de la autorregulación hizo el resto.
En la mitología
El Dios Hefesto, Dios de la Forja, Artesano, Inventor y Solitario… hijo de Zeus y Hera, fue expulsado de pequeño del Olimpo y humillado por el resto de Dioses por su cojera y aventuras de Afrodita, su esposa. Además de ser odiado por su padre. Hefesto pudo digerir su dolor cuando encontró la inspiración para su arte en la belleza de Afrodita. También a través de su amante Atenea, inteligente y planificadora, de quien se sintió inspirado en el “modus operandis” para la elaboración de sus obras, a través de las cueles expresaba y elaboraba su dolor.
Reseñas
Documentos TV, (1995). Las habitaciones de la muerte.