Publicado el 01/10/2012 por Vicente J. Martínez
Antes de nada quiero hacer algunas aclaraciones sobre el término agresividad pues será el eje de todo el blog. Por agresividad se entiende una acción dañina, destructiva, hiriente y que es dirigida hacia el otro o al medio, esto es algo muy aceptado y de sentido común. De hecho en el Diccionario de la Real Academia Española se define como; “Tendencia a actuar o a responder violentamente”.

La agresividad: Un impulso de satisfacer necesidades
Pues bien, en esta entrada de blog vamos a considerar y definir la agresividad como aquel impulso que nos lleva a satisfacer nuestras necesidades, ya sean éstas biológicas, emocionales, evolutivas, intelectuales o espirituales. Vendría a ser como una acción que nos pone en movimiento en dirección a aquello que necesitamos, cargada de intención y de atención. La no satisfacción de dichas necesidades a través de la acción reprimida, o las dificultades y obstáculos constantes del exterior, es lo que hace que la agresividad derive en hostil, apareciendo así la rabia, la ira, el odio y la cólera. Como veremos más abajo, conforme la frustración, el obstáculo o la dificultad vaya siendo más persistente se irá agravando la hostilidad y el sentimiento de carencia.
Estas acciones hostiles pueden ir dirigidas tanto hacia el exterior, al medio y otras personas, como a uno mismo. Así que la agresividad, tal y como aquí la entendemos, está al servicio de la satisfacción de las necesidades, aunque claro que antes hay que saber lo que uno quiere o necesita… esto es otra historia igual de importante que el tema que nos ocupa.
La agresividad: Componentes hostiles
A continuación, voy a hacer referencia a cada uno de los componentes hostiles de la agresividad, que vendrían a ser como una desviación del impulso agresivo natural tal como vengo comentando. Cabe decir que la otra cara de estas respuestas es el dolor y la carencia.
La rabia tiene como finalidad que la dificultad o el obstáculo que se interpone entre lo necesitado y la persona, causante de la frustración, deje de ser operativo. La intención no es la de eliminar o destruir, sino de que deje de actuar o de interponerse. Una vez que el asunto ha dejado de interponerse la rabia desaparece, es más bien una acción puntual.
En la ira sin embargo si hay intención de eliminar o destruir el “objeto” frustrante. La dificultad, el obstáculo está muy presente, aparece con frecuencia y es una fuente permanente de frustración. La ira desaparecerá cuando se elimine o se termine con el obstáculo. Hay por tanto un componente de venganza y de un modo más o menos neurótico, hay un placer en llevarla a cabo. En palabras de Juan José Albert; “La ira implica un cierto componente de satisfacción -racionalmente justificada- en la venganza”.
El odio… la otra cara del amor. En el odio hay un componente claro de destrucción del objeto de deseo, se destruye aquello que se necesita, vendría a ser lo que se dice en el dicho popular, “muerto el perro quitada la rabia”, son los amores que empiezan en los parques y terminan en la cárcel. La vivencia de la carencia y de la frustración es brutal, se entiende que eliminado el objeto de deseo, se termina con el anhelo y con la capacidad de frustración del mismo. Decir también que la venganza en el odio está bien servida.
La cólera, vendría a ser un impulso destructivo intenso e indiscriminado contra todo. La frustración es muy intensa y persistente, más que en la respuesta de odio. Se trata más bien de una frustración vital.
Reseña
Albert J., (2009). Ternura y Agresividad. Carácter: Gestalt, Bioenergética y Eneagrama. Madrid: Mandala Ediciones.