Publicado el 20/02/2012 por Iluminada Madrid
Hace muy poco que terminé mi formación en Terapia Gestalt. Hoy quiero compartir uno de los aprendizajes más valiosos que he vivenciado.
Alfonso González, un queridísimo terapeuta, lo explicó con palabras muy sencillas: “Existe una teoría paradójica del cambio y lo cierto es que la Gestalt no cambia a las personas, lo que persigue es que esas personas acepten lo que pasó. No se habla aquí de conformismo sino de conformidad, es decir, de aceptación”.

Quien se atreva a enseñar nunca debe dejar de aprender
Esa conformidad-aceptación es lo que ahora me permite hablar de mi profesión en otros términos.
Llegué a la enseñanza hace diecisiete años, ¡parece mentira! Allá por el curso 95/96 yo estaba convencida de que lo que había que hacer era: “Cambiar la educación para cambiar el mundo”, como reza el título de un libro de C. Naranjo. La poca práctica pedagógica se suplía con el entusiasmo inicial y durante unos cuantos cursos tuve suficiente con el idealismo.
Poco a poco aprendí técnicas, me fui haciendo con un estilo de enseñanza propio, preguntando aquí y allá, buscando, leyendo, pude enfrentarme al día a día con mayor bagaje teórico. El problema es que al mismo tiempo fui perdiendo el entusiasmo. Me peleé con la administración educativa, critiqué todo lo que de ella partía, rechacé las sucesivas reformas en la enseñanza (ya llevo cuatro) y, por un momento, llegué a pensar que ese no era mi sitio. No quería un sitio donde lo único que se hacía eran informes, actas, reuniones de ciclo, comisiones pedagógicas; donde se comparaba a los alumnos (llámese informe PISA, pruebas de diagnóstico o cualquier otra estadística); donde se contemplaba el trabajo en valores como algo prioritario y luego lo único que se evaluaba eran conocimientos; en fin, un sistema educativo inmovilista, reproductor de modelos y, sobre todo, sujeto a los vaivenes políticos que lo usaban y lo usan como estrategia electoral para luego olvidarse de él durante cuatro años.
En este punto es donde veo el paralelismo con la idea primera. Igual que las personas no cambian, el sistema de enseñanza, tal y como hoy se estructura, tampoco, y lo único que queda, lo que me queda, es aceptar, aceptarlo para desde ahí irme a lo pequeño, a los detalles, a la observación continua y constante.
Todavía busco mi sitio (en la enseñanza). He sido “maestra de patio”, como me llamaban mis niños y niñas de Primaria; animadora sociocultural con “mis abuelillas” de Educación de Adultos y este curso soy tutora en un PCPI. ¿Mañana? Me gustaría probar la enseñanza en prisiones y ya no espero que los cambios vengan solos, lo he pedido en el concurso de traslados y me queda dejar que actúe el tiempo.
Ahora disfruto lo cotidiano, encuentro en ese día a día un incentivo y una motivación y no me olvido de que no hay nada más cierto que el eslogan:

Aprender de y con mis alumnos, que en este momento son catorce adolescentes (todos chicos) que cursan un Programa de Cualificación Profesional Inicial.
Quiero ponerles nombres porque desde ahí es desde donde ha empezado el verdadero cambio-aceptación. Ha sido mirándolos, viéndolos; ha sido mirándome, viéndome, como los he podido nombrar, nombrarme. Ese es uno de los primeros pasos que he dado con la formación. Cuando he dejado de pelearme conmigo misma, en ese intento por cambiar lo que no me gustaba de mí, he podido mirar a los otros con la misma curiosidad con la que ahora me sorprendo observándome. Hay menos auto-exigencia, más confianza, menos responsabilidad, más alegría y desde ahí estoy aprendiendo a disfrutar del momento. He encontrado en la risa y en el juego la vía para acercarme a ellos. Bromeamos, les cuento refranes o dichos de mi pueblo, me cuentan sus amores y desamores, me piden que les lea en voz alta o que les cuente cosas de historia, vemos alguna película, me enfado en algunos momentos y me desarman con un: “No te preocupes, Lumi, si nosotros somos vaguillos, pero muy buenas personas”. Y es la pura verdad.
Trabajo de las emociones
Aceptando que de poco les van a servir muchos conocimientos teóricos, aprendemos lo básico, los evalúo porque así me lo exigen y el resto viene solo. En ese resto es donde me estoy atreviendo a incluir algunas actividades de eso que he dado en llamar “trabajo de las emociones”, para que ellos lo entiendan. Surge en cualquier momento la necesidad de parar y lo hacemos, aunque es en la hora semanal de tutoría cuando les propongo, desde el principio de curso, una serie de tareas-juegos con los que trabajamos lo personal para luego exponerlo en el grupo.
En las primeras sesiones hicimos actividades para conocernos más como: “El adjetivo que mejor me describe” o “Una frase con mi nombre”; incluyo de vez en cuando algún ejercicio de respiración o una pequeña meditación con música (a la primera que hicimos la llamé: “¡Qué bien me siento!”). Seguimos explorando nuestra forma de ser con el “Bazar mágico” donde se compra y se vende lo que quiero y no quiero de mí o escribiendo y poniendo en común cómo me siento en distintas situaciones (cuando estoy callado, enfadado…, cuando me dicen un cumplido, cuando lo digo yo…). Hemos hecho una “Autobiografía anónima” para leerla en público y adivinar de quién se trata. Ahora estamos trabajando “Nuestra silueta”. Lo próximo, me gustaría que fuese dibujar nuestro árbol genealógico.
No siempre funciona. Algunos días tenemos que dejarlo. Propuse un cuento de J. Bucay que ya conocían y no seguimos con él. Otras veces el resultado no tiene nada que ver con el objetivo propuesto y es igualmente válido. El caso es que me preguntan: ¿Cuándo es el día que nos sentamos en el suelo? Y eso me anima a seguir proponiendo actividades.

Mi experiencia personal
En cuanto a mí, la experiencia está siendo muy rica. He leído lo siguiente: “El contacto es la savia vital del crecimiento, el medio de cambiar uno mismo y la experiencia que uno tiene del mundo. El cambio es producto forzoso del contacto” (E. y M. Polster: 105).
Ahora cada uno de ellos es una experiencia de vida y puedo aprender de ese contacto diario. Es así como estoy observando muchas de mis luces y mis sombras, todo lo que me ata y lo que me deja respirar, aquello que me avergüenza y lo que me hace sonreír, la debilidad, el rechazo, el autoritarismo, la ternura, el nerviosismo y lo que venga después.
Doy gracias por tener un campo tan rico donde explorar eso que en Antropología se conoce como “la otredad, la alteridad”. Mientras vamos construyendo un camino juntos, vamos también practicando el “arte que hace que la terapia Gestalt funcione” (Naranjo, 2009:13). Y es que me gusta esa visión de la terapia Gestalt como un arte.
Yo añadiría que es el arte de lo cotidiano.
Reseñas
Naranjo C., (2004). Cambiar la Educación para cambiar el mundo. Vitoria-Gasteiz: Ediciones La Llave.
Naranjo C., (2009). La vieja y novísima Gestalt: actitud y práctica. Chile: Cuatro vientos.
Polster E. y M., (2005). Terapia Gestáltica. Perfiles de teoría y práctica. Buenos Aires- Madrid: Amorrortu editores.