Publicado el 18/03/2013 por Jose Chamorro

Si tuviéramos que señalar el canal que abre a la persona al mundo no podríamos dudar de que la escucha es una de las respuestas más interesantes que se pueden dar. Escuchar no tiene que ver exclusivamente con nuestra competencia para oír, esto es, con nuestros oídos sino que abarca otra multitud de aspectos que debemos de considerar siempre.
Escuchar lleva implícita la capacidad para abrirnos a la realidad. Ya no sólo a una realidad exterior con la que interactuamos permanentemente sino con el ámbito interno del que nos hemos alejado y al que, recientemente, se le está devolviendo el valor perdido que siempre tuvo. Escuchar nos hace permeables a los acontecimientos, a los sentimientos y a nuestros pensamientos. Sólo desde ahí es posible captar íntegramente lo que entra por nuestro sentido.
La escucha una actitud frente a la vida
En nuestros días, además, la escucha es un talento aletargado que hemos desplazado a un segundo plano en beneficio, sobre todo, de la vista. Las imágenes penetran en la interioridad de la persona sin filtro alguno dejándonos, en la mayoría de los casos, absortos con una realidad de ficción que se preocupa casi de modo exclusivo de generar necesidades insistentemente y, cuando nuestra libertad se ve mermada, entonces perdemos la posibilidad de seleccionar y discriminar aquello que más nos aporta.
Se hace necesario que rescatemos la escucha ya no como una mera capacidad sino como una actitud frente a los acontecimientos, las personas y la vida en general. Sólo desde aquí podemos decir que verdaderamente estamos presentes en los encuentros, pues está claro que, en la mayoría de los casos, cuando estamos frente a algo o alguien estamos más pendientes de nuestra conversación mental que de lo que se nos está contando. Además, en lo que respecta al mundo interior, en este sentido podemos decir que estamos sordos pues obviamos frecuentemente todo lo que brota de nuestros adentros. Reconocer nuestras necesidades o dar nombre a los sentimientos o emociones que transitan por nuestro mundo interno se convierte en una tarea para la que no hemos sido preparados.

Conclusión
De este modo, y por concretar, podemos decir que las personas tenemos tres tipos de escucha. Una externa mediante la cual somos testigos o actores de lo que tiene lugar en nuestra vida y mediante la cual nos hacemos conscientes de todo lo que entra por nuestros sentidos. Una que usualmente es denominada intermedia que se pone de manifiesto cada vez que nos damos cuenta de nuestros pensamientos y, por último, una escucha interna mediante la que nos percatamos de nuestros sentimientos así como de las sensaciones corporales. El ejercicio de cada una de ellas nos hace más receptivos, nos abre a la realidad.
Cuando somos capaces de llevar a la práctica las tres nos hacemos testigos de nuestra propia vida y estamos en condiciones de sorprendernos de la profundidad inherente que hay hasta en lo más sencillo del día a día.