Hace unos días leí un artículo titulado “El egoísmo, una actitud que no permite evolucionar”. Y me vinieron enseguida algunos conceptos sobre los que reflexionar tratados en la charla “Inteligencia Ejecutiva”a la que asistí. En dicha noticia se hablaba sobre los resultados opuestos obtenidos en distintos estudios sobre el éxito o el fracaso de las personas egoístas. Según la más reciente de esas investigaciones realizada por la Universidad Estatal de Michigan, “la evolución no favorece a los egoístas”. “Por un período corto y contra un conjunto específico de rivales, algunos individuos egoístas dentro de una especie pueden salir ganando, el problema es que esta actitud no es evolutivamente sostenible”. En otras palabras “tarde o temprano deberían evolucionar, dejando atrás su condición más acérrima de estrategas volviéndose paulatinamente más cooperativos”, dicen los científicos. El egoísmo por tanto no cabría en esta sociedad, y, por suerte, en el momento en el que aparece queda condenado al fracaso y a la no supervivencia.

Sin embargo, la experiencia vivida en nuestra sociedad actual parece resultar otra en términos generales y salvo excepciones, como en el ámbito empresarial, en que están surgiendo nuevas experiencias emprendedoras como el coworking o el networking; o en el ámbito social, con el aumento de numerosos movimientos y plataformas ciudadanas. En casos concretos, todos hemos tenido un amigo, un compañero de trabajo o una pareja a la que hemos calificado de egoísta. Hemos criticado su codicia, sus trampas o estrategias, su manera de actuar siguiendo sus instintos para lograr sus metas, sin importarles manipular o coartar a los demás. Todos hemos aprendido en nuestra socialización el valor de ser el número 1, y hacer lo posible para conseguirlo, sin embargo todo apunta a que es una simple creencia y a que en esta lucha a la larga el éxito no va obligatoriamente acompañado de la satisfacción.
Lo cierto es que aunque los individuos que calificamos de egoístas obtengan resultados al principio, a largo plazo como se suele decir comúnmente “el tiempo pone a cada uno en su sitio”. La evolución parece demostrar el valor de las funciones ejecutivas, de postergar la gratificación, de hacer un esfuerzo o sacrificio para obtener un beneficio aún mayor en el futuro.
¿Los últimos serán los primeros? Millones de años de evolución nos han enseñado a ir frenando nuestros impulsos más básicos, y parece que nos queda mucho que aprender todavía, que cambiar para obtener una vida más plena y respetuosa con los demás. La cuestión de supervivencia no depende de ser el mejor, el más exitoso y también el más egoísta; sino el ser capaz de entregarse a la experiencia del fracaso, superarse a sí mismo y crecer, respetar y cooperar para mejorar nuestro mundo interior y hacer más honestas las relaciones con los demás. Esto sí que puede llamarse progreso.
Aquí os dejo un fragmento de la charla "Ineligencia ejcutiva" que me ha motivado a escribir esta entrada de blog que hoy os presento. El fragmento habla en concreto de las funciones ejecutivas del lenguaje y de lo importante que es como nos hablamos para cultivar esta tan apreciada habilidad social.
Fragmento de la charla Inteligencia ejecutiva ofrecida por Teodoro Sanromán, director de
Qualia, e incluida dentro de la actividad Inteligentemente.