Crítica y queja
Acertar nos crea la falsa ilusión de que podemos estar por sobre el otro. Nos quedamos conformes y tranquilos porque es que si “yo tengo la razón” eso me da derecho a pensar a que es el otro quien tiene que cambiar. Lo que digo se ve muy claro en la queja o en la crítica constante, dos herramientas que taladran el oído y la consciencia de quien argumenta y de quien escucha. Un ejemplo clásico de lo que digo es cuando uno hace una fila para cualquier trámite y en el tiempo de espera escuchas y argumentas cientos de formas de cambiar el sistema educativo o financiero, quejándote y criticando la forma en que lo hacen los demás. Esto se agudiza en tiempos de crisis porque no nos gusta asumir el hecho de que tenemos responsabilidad en cómo están las cosas en estos momentos.
Otro ejemplo clásico es cuando uno de los cónyuges cuenta los problemas que tiene con su pareja. Aquí también juegan un papel muy importante la queja y la crítica porque es el otro quien debería comportarse de otra forma porque mí forma es la cierta, la razonable y la lógica.

La ilusión de llevar la razón
Es una ilusión porque tener certezas sólo me da información sobre mí, no sobre el otro. Si yo tengo la certeza absoluta de que mi pareja tiene que cambiar su agresividad al hablar y no veo qué es lo que me sucede a mí cuando habla de esa forma, no estoy tomando la responsabilidad que me corresponde. Si a mí me da miedo y prefiero pasar por sobre ese miedo diciendo que es mi pareja quien tiene que hablar de otro modo porque así no se puede hablar, me aferro a algo que no está sucediendo, a una ilusión.
Lo que realmente está sucediendo es que a mí me da miedo que me hable de esa forma y no estoy considerando la posibilidad de decírselo. Prefiero que mi pareja cambie de actitud y yo no trabajar lo mío.