En un retiro de meditación, escuché una anécdota que se ha quedado dando vueltas en mi mente desde entonces. El maestro, un monje birmano, contaba que un niño le preguntó para qué meditaba. Él le contestó que la meditación hacía que sufrir no fuera obligatorio. Y desde ahí, parte mi reflexión. Porque esa respuesta tan sencilla lleva mucho tiempo resonando en mí, y poco a poco va llenándose de sentido. Posteriormente me encontré con lo siguiente: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional” una frase de Buda que venía a completar lo anterior. Y entonces me sumergí en investigar qué era lo que hacía diferentes a estos dos procesos, tan difíciles de distinguir para mí. Esto es lo que os propongo, una muy breve revisión del dolor y del sufrimiento, para saber algo más de la causa de nuestro malestar emocional habitual.

¿Qué es el dolor y qué el sufrimiento?
Desde una perspectiva psicofísica, el dolor es la sensación ante un daño físico o emocional, que genera una experiencia. La experiencia dolorosa es más compleja, y pone en marcha mecanismos cognitivos asociados a la corteza cerebral, racional: memoria, aprendizajes…Y de esta experiencia se genera lo que podríamos llamar sufrimiento.
El dolor, por tanto, tiene un sentido más físico, y el sufrimiento, más psicológico. El dolor genera una experiencia dolorosa asociada a mecanismos más “mentales”, y eso es el sufrimiento. La naturaleza del sufrimiento es de origen psico-cultural, se ancla y nutre de lo aprendido, y tiene un marco cultural, educacional. No es universal. Es decir, no es natural. Es una construcción.
El dolor, sin embargo, es universal, general, lo padece cualquier ser humano. Es inevitable porque es consustancial a la vida, e incluso aparece para defenderla, para señalarnos un daño o una amenaza a la misma. El dolor es un mecanismo de supervivencia, nos señala la presencia de un daño, algo a lo que atender para mantener y proteger la vida.
En su faceta más emocional, el dolor es el impacto que nos produce una situación vital de cambio (una pérdida, por ejemplo), y éste nos cuesta sostenerlo. No queremos estar en contacto con el dolor de la vida. Toda nuestra vida se organiza para no sentirlo. Tendemos a suprimir o a evitar sentir lo que nos causa dolor y también tendemos a desear lo que nos resulta más agradable. Entonces, aparece el sufrimiento cuando no logramos suprimir lo que nos desagrada y cuando perdemos lo que nos agrada.
El dolor, al ser un proceso natural, tiene una duración, un final. Y al ser natural, el efecto es la sensación de unión con los demás, de pertenencia, nos une a los otros, a la humanidad. El sufrimiento está creado y mantenido por nuestros hábitos mentales, y tiene como fundamento la evitación del dolor. Al ser una respuesta cognitiva, puede adquirir más intensidad y duración que el dolor. Puede durar indefinidamente, incluso aunque la situación que lo originó se haya solucionado. Se puede sufrir por algo pasado, algo futuro, algo imaginario…
El dolor es del presente, del aquí y ahora. El sufrimiento nos saca del presente.
El sufrimiento tiene que ver con el ego, que también es una construcción. Con no querer sentir el dolor propio o el ajeno, y por eso nos distancia de los demás. El sufrimiento engancha, es adictivo. Nos instala en una posición pasiva, de víctima, a la que le suceden las cosas, y desde donde todo es achacado a las circunstancias externas. La causa del malestar está fuera y “alguien” es el responsable. Desde el lugar de víctimas, nos regodeamos en el daño que nos han hecho, y así, nos sentimos importantes. Así nos quedamos pegados a nuestro malestar. Nuestra propia cultura nos transmite esos valores de una manera implícita (“más vale malo conocido que bueno por conocer”). Nos incita a quedarnos en el sufrimiento.

La meditación como alivio al sufrimiento
La meditación pone conciencia a nuestra manera de reaccionar ante las circunstancias, y nos da la claridad para ver cómo nosotros mismos nos generamos el sufrimiento, cómo “coloreamos” la realidad con todos esos patrones condicionados. La conciencia, el darse cuenta, tanto en la meditación como en el proceso terapéutico, nos pueden hacer distinguir poco a poco lo que nos hace sufrir, además de permitir acercarnos al verdadero dolor, que puede estar siendo evitado por el mismo sufrimiento. Lo que nos hunde del sufrimiento no es el sufrimiento en sí mismo, sino todo lo que nos perdemos por sufrir.