Llevo a mi hijo a la piscina desde que tenía 4 meses, uno de los juegos que siempre nos proponía el monitor era que le pusiéramos delante una pequeña pelota flotando para que los niños intentaran alcanzarla.
Este es uno de los ejercicios más difíciles que tenía que hacer. Para mí. Él estaba feliz pero yo me ponía nerviosa cada vez que el pobre no llegaba a cogerla y cuanto más lo intentaba, con las pequeñas olas que formaba con el movimiento de los bracitos hacía que cada vez la pelota se alejara más y fuera más difícil alcanzarla. El monitor nos insistía siempre en que no se la pusiéramos demasiado cerca para que los niños hicieran el esfuerzo de alcanzarla pero yo, en cuanto me daba cuenta de que no me veía se la ponía en la mano. ¿Por qué? Porque no quería que mi hijo sufriera, que no sintiera la frustración de no poder alcanzar la pelota.

¿Mi frustración o la de mi hijo?
Pero ¿Quién sufría era mi hijo o yo? ¿Esa frustración era del niño o mía? Es un ejemplo de las proyecciones que constantemente hacemos como padres, o al menos yo como madre, a diario.
Mi poca tolerancia al fracaso y a la frustración (aunque ampliamente trabajada es obvio que aún no resuelta) hacían que yo no soportara el sentimiento de querer y no poder algo. Ahora con un poco de distancia me doy cuenta de que quizás mi niño habría estado tan feliz toda la clase de natación detrás de la pelota sin alcanzarla y que a la única persona a la que le aliviaba algo acercarle la pelota era a mí.
De hecho, ahora que es un poco más grande y va a su clase de natación solo, a veces me asomo y veo los ejercicios que les hacen realizar, del mismo tipo aunque un poco más elaborados y la misma sensación de angustia me recorre por dentro cuando veo que no llega, que no alcanza, que le cuesta. Pero la respuesta cada vez que sale de su clase es la misma ¿Cómo te lo has pasado? ¡Fenomenal!
Siento por ello importante revisarme constantemente mis emociones, creencias y sensaciones en la relación con mis hijos. En realidad en mis relaciones con todos aunque en estos momentos esta es la que más me interesa, por su transcendencia.
Si miro mis reacciones, conductas, respuestas a todo lo que mi vida como madre me plantea me doy cuenta de que es una grandísima oportunidad para mí como persona de evolucionar y, por supuesto de librar, o al menos intentar liberar en parte la carga que generación tras generación vamos trasladando al no limpiar del todo nuestros asuntos.