Os ofrezco el testimonio de una paciente de la cual mantengo el anonimato, por preservar su intimidad,, y os lo presento tal cual lo recibí en mis manos, porque en sí mismo es una explicación muy lúcida de cómo se desarrolla el proceso de la psicoterapia desde el enfoque de la Terapia Gestalt:
Testimonio: el proceso terapéutico
El día de mi 39 cumpleaños, decidí regalarme algo importante: actuar ya porque me sentía muy “atascada” una vez más, leit motiv de vida. Así fue como me puse en manos de Vicente, o mejor dicho empecé a trabajar con Vicente. Y subrayo la importancia del matiz: a diferencia de otras terapias, en Gestalt se trabaja junto al terapeuta, en un plano de igual a igual. No hay paciente que compre remedios para el alma, sino personas que van a descubrir sus propios medios de estar bien. Acostumbrada al concepto de pagar para que me escuchen y me quiten los quebraderos de cabeza como si fueran verrugas, tardé un tiempo hasta entender este trabajo en equipo y sentirme a gusto, simplemente desconfiaba de la cercanía y de la empatía de mi terapeuta. Quizás también por la costumbre de llevarlo todo en la soledad, esa que tanto me pesaba y a la vez me servía de caparazón protector. Me había ido refugiando en ella inconscientemente porque parecía ofrecerme seguridad: donde nadie podía hacerme daño, ni decidir por mí, fui optando por la soledad a pesar del precio tan alto que cuesta, pero esa es otra historia…

A lo largo de las sesiones, fui aprendiendo a salir de mi ombligo y coger un rol activo de escuchadora de mi sentir profundo, observadora de mis mecanismos, y no menos importante escuchadora del otro. Por más que pensara ser una persona con dotes de escucha mi año de terapia me ha llevado a dar otra dimensión al concepto de escucha que dista mucho del simple “oír” al otro con cariño y atención, pero sin involucrarse emocionalmente. Hablo de una escucha cercana, depurada de mis filtros personales que me permite entender realmente como se siente el otro y acompañarle. Aunque pueda sonar a sutileza sin importancia, supone un cambio rotundo abriendo un espacio donde compartir el camino de vida. Un poco de calor en el frío ártico que algunas veces nos asola. Esta sensibilidad a la hora de escuchar es la que puso Vicente en las sesiones y así la fui reaprendiendo. Dar y recibir cercanía naturalmente, salirme de la soledad que paradójicamente tanto me atrapaba y de la que tanto rehuía. Ahora ya entiendo que si no hubiese aprendido primero a mirarme y aceptar lo que me pasa sin juicio, solamente ver “mis” cosas tal y como son para mí, hubiera sido imposible aprender a escuchar al otro.
Este enfoque de mi proceso, observar hasta ver qué sucede y cómo me hace sentir, rescatar sentimientos que una vez decidí anular para no sufrir y no volví a experimentar más, fue marcando el ritmo de las sesiones y de mi día a día: identificar, entender y aceptar qué me está pasando. Llegado a este nivel de conciencia, poder ser yo quien elige y camina la senda que escojo, me siento más fuerte para ello, he cogido mis riendas y cada día las manejo un poco mejor disfrutando de mi autonomía recuperada, ni dependo tanto, ni cargo tanto a mi entorno. Me parece que solía confundir soledad y autonomía.
Así que me hago cargo de mí. Y no doy este aprendizaje por dominado, no, a veces me gustaría volver a ser una niña pequeña y refugiarme en los brazos de “una madre”, dejarla que decidiera por mi, me arropara, pero ya no me pierdo, atemorizada, esperando que esto sea así, porque puedo seguir haciendo camino y además cuento con el calor y el valioso apoyo de mis seres queridos. He abierto una ventana a mi autonomía emocional con un panorama y un aire digno de los que se pueden sentir en alta montaña.
A cuenta de lo mismo, recuerdo que un día dije a mi pareja “¿me vas a cuidar..?” y él me contestó “sí, pero esto no es un hospital”. Hace no tanto tiempo esta respuesta me hubiera entristecido, me hubiera sentido poco querida, despreciada pero ahora reconozco todo su sentido y me encanta, porque plantea una relación madura, de igual a igual, nos hacemos cargo de nosotros mismos, compartimos y nos acompañamos.
En este año tengo sensación de haberme hecho mayor, que no vieja. Adquirido una madurez que me encanta por fin estrenar, sintiendo la solidez que me da para no caerme a la mínima tormenta que se avecine, y si la tormenta me puede siempre sé qué ventanas abrir para observar, aceptar, levantarme y seguir adelante.
Empecé la terapia con motivo de mi “atasco” en lo profesional, dedicamos tiempo a lo difícil que me resultaba integrarme con los granadinos, también vino el momento de hablar sobre mi padre, su salud y evolución impredecible; con la distancia observo que trabajamos de lo local a lo global, del día a día como punto de partida para tocar capas profundas de lo que soy, capas enterradas y olvidadas sin las cuales me era difícil avanzar. Y llegado a ese punto veo que no es tan importante el motivo de mi tormento, como “cómo me encuentro” para hacerle frente.