Consecuencias de la confluencia
Todos queremos ser aceptados y sentirnos cómodos con los que nos rodean.
Como se analiza en la Parte 1 de este blog, el personaje de la película de Woody Allen, Zelig, lleva el mecanismo neurótico de la confluencia a una caricatura que refleja muy bien la problemática psíquica que subyace al límite de la frontera del ego: el contacto. Cuando nuestro fin último es querer sentirnos aceptados a toda costa, el contacto con el ambiente y con otra persona está enfermo.
Todas las fronteras son conflictivas, igual que las de los países al entrar en contacto, las nuestras también sufren roces, también están en alerta y obviamente surgen desacuerdo incómodos, pero que la mayoría del tiempo son subsanables. Algunas veces optamos por ser camaleónicos y mimetizarnos, y quedamos en paz, pero si esto se vuelve un hábito, desatendemos nuestras propias necesidades y nos deshabitamos.
Mi paciente, a la que llamaré Ángela, está tan mimetizada con su madre – una mujer de carácter sumamente fuerte – que a sus 30 años todavía la llama dos veces al día para contarle cómo está. Ángela no puede enfrentarse al conflicto que supondría para ella que su madre no supiera lo que hace su hija durante el día. La consecuencia primordial es que mi paciente se ve exigida a hacer algo que no le apetece y desatiende sus ansias de liberarse de ese vínculo tan férreo que mantiene con su madre. En la sesión de la semana pasada, Ángela llego a su cita de las 8 de la tarde como todas las semanas y lo primero que me dijo es “hoy no he llamado a mi madre”. En su rostro había tal tranquilidad y felicidad que no fue necesario decir nada por algunos minutos, ella estaba disfrutando de su toma de consciencia y de su conducta y yo lo disfrute con ella. El espacio terapéutico a veces se vuele un silencio entre dos. Ciertamente, madre e hija tendrán que acostumbrarse a otro modo de relacionarse que está comenzando, y enfatizo comenzando, por la disminución de llamadas-reporte.

Aderezo, pero no alimento principal
Una de las sensaciones más gratas de nuestra vida es sentir que pertenecemos y que somos aceptados por nuestro grupo de referencia. Es un aderezo fantástico, pero si se vuelve nuestro alimento principal, nos volvemos neuróticos. En mi entrada de blog del 24 abril “La neurosis como evitación y como trastorno del crecimiento en Terapia Gestalt”, intento explicar cómo la evitación hacia nosotros mismos y hacia responsabilizarnos por nuestro propio bienestar nos mantiene inmaduros. En la confluencia el sujeto se invalida y se evita a toda costa, está atento al ambiente externo, no a sí mismo.
Si la vida fuera una cena y la comida fuera servida con esmero, gusto exquisito y ambiente agradable ¿nos dedicaríamos a comer sal toda la noche? El aderezo -transar, aceptar, no disentir- es bueno para acompañar una vida, no para nutrirse de ella.
Reseñas
Polster E. y M., (2005). Terapia Guestáltica, perfiles de teoría y práctica. Buenos Aires-Madrid: Amorrortu.
Peñarrubia F., (2006). Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil. Madrid: Alianza.